La Sagrada Escritura
La Palabra de Dios ilumina a los creyentes, en nuestros valores éticos, para poder cambiar nuestro corazón, según el plan de Dios, y desde él, nuestro entorno y el mundo


. En el mundo al que pertenece la Biblia la «palabra» no es un simple medio de comunicación entre los hombres, no es el mero signo sensible representativo de una idea
En el mundo al que pertenece la Biblia la «palabra» no es un simple medio de comunicación entre los hombres, no es el mero signo sensible representativo de una idea. Es algo más. Es un principio activo, dotado de eficacia, que participa del dinamismo de la persona que la pronuncia y en cierto modo subsiste por sí misma. De ahí la eficacia que se atribuye a las bendiciones y maldiciones. De ahí el valor de la palabra pronunciada a la hora de enjuiciar la vida del hombre. De ahí la importancia del buen o mal uso de la palabra. En este marco religioso-cultural no debe extrañar que la palabra de Dios cobre un protagonismo singular. Es el medio privilegiado por el que Dios entra en comunicación con el hombre. En primer lugar, en cuanto palabra creadora, conservadora y salvadora, que hizo y sigue haciendo eficazmente lo que quiere. En segundo lugar, en cuanto realidad reveladora del sentido de los acontecimientos y las cosas, en cuanto ley y regla de vida y en cuanto anuncio y promesa de un porvenir glorioso. Como portadores privilegiados de su palabra, Dios escoge a unos hombres, los profetas, en cuya boca la palabra de Dios es como la espada y el fuego y exige ser proclamada por encima de todos los riesgos El AT inicia un proceso de personificación de la palabra divina, proceso que culmina en el NT cuando Dios se nos revela en su Hijo Jesucristo como palabra substancial, que se hace hombre entre los hombres . A partir de este hecho fundamental se entiende todavía mejor que la palabra de Dios en Cristo sea una realidad creadora, reveladora de los misterios de, resucitadora y portadora de vida y salvación, poderosa, penetrante y eficaz . Por tanto, nadie puede permanecer indiferente ante la palabra de Dios, llegando si es preciso hasta el martirio

Si el hombre -de tanto en tanto- examina lo que puede arreglar en la vida, encontrándole solución, no saldría de su asombro apenas admita y compruebe que ellas son más numerosas que las que pueda pensar. Por supuesto, que las hay de toda clase y medida.

Por de pronto, existen aquéllas que ofrecen total resistencia a todo esfuerzo y empeño. Nada se puede hacer ante tal situación. Aceptar el límite humano es señal de inteligencia. Por suerte, son casos contados.

Hay otras que, aparentando rechazo total a cualquier solución, dan la impresión de contarse y fundirse con las del caso anterior. Pero no. Es una simple ilusión cuando, no una falsa apariencia. Analizándolas bien y llevando a fondo su examen se termina comprobando que el cariz que tenían de algo casi imposible, no era otra cosa en verdad que la débil y pobre respuesta de un ánimo adormecido y también contaminado de desgano o apatía.

Barridas dichas barreras se puede avanzar sin más y así dar con atajos que faciliten la vía para una posible salida.

Lo que en realidad acontece a menudo es que el hombre no siempre arriba a soluciones perfectas. Y esto hiere su orgullo y no en forma pequeña. A veces cuesta aceptar que la llamada omnipotencia es sólo atributo divino.

Como testigos sinceros de cuanto nos pasa y ocurre, no podemos negar que en la vida se dan desafíos que se convierten a veces en auténticos retos a nuestro coraje y valor. Se nos presentan como gigantes murallas queriéndonos impedir avanzar hacia delante. Si de pronto y muy altivos queremos atacarlas de frente, es muy posible y seguro que quedemos estrellados.

Distinta estrategia sería la de la hormiga buscando una huella que conduzca a un punto clave y así poder desde allí, comenzar a socavarla.

No siempre lo aparatoso y gigante -aunque impresione la vista- resulta ser eficiente. La hormiga siendo tan chica llega a cumplir su misión no por lo grande que es sino por la constancia que tiene y su espíritu de grupo. El hombre también y con mayor razón que el insecto, puede alcanzar si es constante aquello que se propone aunque parezca difícil.


Más de una vez escuché la conocida expresión: "Yo no puedo arreglar el mundo, pues es algo imposible". Totalmente de acuerdo. Y más si no tenemos presente lo que nos dice San Pablo en Carta a los Filipenses: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" .

"No puedo arreglar el mundo"... Verdad, pero sí cooperar con mi trabajo y acción para volver la vida más amable y placentera.

"No puedo arreglar el mundo"... pero sí cultivar en él semillas de fe y esperanza. De paz y armonía también.

"No puedo arreglar el mundo"... pero sí hacer correr por sus venas sangre de noble pasión por lo que merezca vivirse y por lo que valga la pena.

"No puedo arreglar el mundo"... pero sí regar sus raíces con el sudor de mi frente para que el árbol que crezca pueda brindar a mis hijos la sombra que ellos precisen.

"No puedo arreglar el mundo"... pero sí luchar junto a otros inyectándoles valores y conseguir entre muchos lo que tanto él necesita que es limpiarse la cara de tanto barro pegado.

"No puedo arreglar el mundo"... pero sí ayudar a formar una nueva conciencia de lo que queremos tener.

El bien de por sí es difusivo. Se extiende por todas partes y todo aquello que toca lo beneficia y depura. Nunca cae al vacío por diminuto que sea.

Por lo expresado y lo dicho sepamos para nuestra alegría, que el bien que podamos hacer por pequeño que fuere siempre será positivo y tendrá su efecto preciso.


" Posiblemente no podré arreglar el mundo, verdad, pero sí mejorarlo un poco..." A continuación te presentamos un buscador de la Biblia y de otros materiales relacionados con la misma. Utilizalo para tu formación personal y cristiana.

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